Raña, Juan Bautista: "La Venus del Miño"

 


"La Venus del Miño"
Exposición "Lo que la hoja te cuenta" Tertulia Literaria "Rascamán"




LA VENUS DEL MIÑO

Manolo, sentado sobre una roca, en el lugar conocido como “O Muiño dos Carballos  ”, descansaba a la orilla del Miño. Su fiel compañera, la rueda de afilar, reposaba junto a él después de un día duro de trabajo. Al observar el paisaje, percibió algo que le intrigó. Una mujer estaba sentada al otro lado del río, cubierta con una delicada túnica de seda blanca que casi no le rozaba la piel. Pensativa, se observaba reflejada en el agua. Los carballos (carballo=roble) se inclinaban hacia ella y las hojas apenas la rozaban, como si estuvieran saludándola. Manolo se puso en pie con rapidez, sin apartar la vista de ella. La imagen no desaparecía, ni avanzaba, ni flotaba, solo estaba allí, observándolo. De repente, empezó a moverse lentamente hacia él en un silencio absoluto. Los ojos, oscuros y profundos, emitían una tristeza ancestral, un dolor que parecía haberla atrapado en ese sitio durante siglos. Se detuvo al llegar frente a él. En ese instante, con una súplica en la mirada, dijo en voz baja: “No seas cómplice de una injusticia”. El hombre atrapado entre el asombro y el miedo observó cómo la figura se desvanecía de forma gradual, primero su brazo derecho y después el izquierdo. Su silueta blanca se fue disolviendo, dejando tras de sí el suave murmullo del agua y el crujido de las hojas de los carballos. Sin comprender, guardó los restos del almuerzo, recogió la rueda de afilar y despacio contempló el paisaje. El río mantenía la calma habitual, como si nada hubiese ocurrido. Sin embargo, él sabía que había visto algo irreal, algo que procedía más allá de este mundo.

El sábado siguiente, Manolo acudió al bar donde solía desayunar los fines de semana. Era una mañana cualquiera, como tantas otras, hasta que su mirada se detuvo en la primera página del periódico que se encontraba sobre la mesa. En grandes letras negras, se leía: “Mujer asesinada y mutilada en un macabro ritual”. La noticia ocupaba media página, ilustrada con dos fotografías, la del presunto asesino y la del cadáver. Se detallaba que el cuerpo había sido hallado gracias a la búsqueda iniciada por la Guardia Civil, tras haber denunciado la desaparición de su esposa, don Antonio Lobeira catedrático y profesor de Historia del Arte, especializado en cultura griega, el principal sospechoso. El cadáver encontrado bajo un antiguo carballo a la orilla del Miño, presentaba los brazos amputados, uno a la altura del hombro y el otro algunos centímetros por debajo. El cuerpo presentaba una similitud más que razonable con la conocida escultura griega ‘La Venus de Milo’. El mundo del afilador se derrumbó en aquel momento. El periódico tembló entre sus manos mientras examinaba con máxima concentración las imágenes. El rostro del presunto asesino le resultaba conocido. ¿Quién era, donde lo había visto antes?, se preguntaba, hasta que acudió a su memoria el día exacto en que lo conoció. Sí, era él. Se trataba del cliente al que le afiló un juego completo de cuchillos el mismo día en que vio a la figura misteriosa en el Miño. ¡Qué raro! Se dijo, a ver si…, y de pronto cobraron sentido las palabras que aquella mujer le dijo: “No seas cómplice de una injusticia”. Miró la segunda foto. No existía duda de que era ella. Maquillada y peinada de otro modo, pero, era ella. La que vio en el río, en el Muiño Dos Carballos. ¿Cómo podía haber pasado? ¿Por qué no le hizo caso? Sintió una mezcla de culpa, rabia e impotencia. No podía evitar ver la foto. Ella recostada sobre el suelo cubierto de hojas de carballo muertas. El afilador cerró los ojos, intentando alejar los pensamientos, pero el fantasma de la tragedia seguía allí, impregnando su mente como una sombra. El diario pesaba demasiado, más aún cuando leyó la última frase del artículo: “Los brazos de la víctima han sido hallados a doscientos metros del cuerpo, a la orilla del Miño, en el lugar conocido como el Muiño dos Carballos”. Lo dobló con torpeza y lo dejó sobre la mesa. Se levantó y fue a la calle, rumbo a la comisaría, con la imagen de la mujer acostada sobre el manto de hojas de carballo y con la frase “No seas cómplice de una injusticia” martillando su cabeza. Afuera, la vida seguía su curso, pero para él, de una forma cruel e incomprensible, algo se había roto para siempre.

Juan Bautista Raña



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Juan Bautista Raña

Mi mente no sabe qué significa la palabra "aburrimiento".
Escribo porque me resulta más económico que una terapia y, así mismo, mis personajes no me dejan en paz hasta que los dejo ser.

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