Díaz Gómez, Rocío: "Ella era música"


"Ella era música"
Exposición "Lo que la hoja te cuenta" Tertulia Literaria "Rascamán"




ELLA ERA MÚSICA


En clase de Historia de la Hoja les enseñaban a reconocer y admirar a sus antepasadas ilustres: La hoja de Parra, conocida desde las Sagradas Escrituras por su inestimable papel en el pudor original de los humanos; La del Laurel, famosa no solo en la cocina y la medicina, sino símbolo de honor y victoria; O la del Olivo, tan importante en religión, ¿Quién no sabe de la conocida paloma con la ramita en el pico? 
—¿Y nosotras? -preguntaba nuestra protagonista a sus compis de seto con sus nervios en jarras-. Porque a nosotras ni se nos enseña, ni se nos admira. ¡Si ni mudamos de color, nos desprendemos y caemos tan vistosas! Si ¡¡Ni venimos de un árbol!! Somos tristes hojas de un arbusto que lleva la vulgaridad hasta el nombre. “Ligustrum vulgare”. ¿De qué sirve tener un nombre en latín? ¿Qué somos nosotras? Yo os lo diré: Nada. Somos nada, eso somos para el Reino vegetal…”.
La hoja quejosa habitaba un sencillo seto de aligustre. Era perenne y verde oscura, pequeña y lanceolada.  Aquel día, como tantos, su amor propio de hoja estaba bien mustio. Pero porque no sabía aún que su suerte estaba a punto de cambiar. 
A la salida del cole, con sus mochilas colgando y los dedos teñidos de rotulador, un par de niñas se pararon frente al seto de las lamentaciones. La más pizpireta acercó su mano, y nuestra hoja viendo venir lo peor, se encogió sobre sí misma, incapaz de aceptar un final tan próximo, azaroso y absurdo, queriendo gritar: “Pero ¿Qué te hice yo cría de humana inhumana? Lo prometo, lo juro, lo todo: ¡no me quejaré nunca más!” Pero ni las hojas hablan, las palabras se atoraron entre sus nervios verdes, ni la niña se enteró del revuelo de las asustadas hojas mientras la escogía a ella y solo a ella. Y al tiempo que la hojita sentía como fatalmente se desprendía de su arbusto, se torció su destino.
La cría, entre explicaciones a la amiguita que ella no entendió, dobló a nuestra hoja por la mitad con cuidado, siguiendo el nervio central, dejando un espacio hueco en su interior. Después, con dos dedos de una mano la tomó por un extremo y con los de la otra mano por el otro, y se la acercó a los labios. La hojita, temblando aún por el secuestro, coloreándose de verde fosforito horripilante vio inminente su fin y quiso gritar: “¡Eh, alto, que no soy comestible!” pero el aliento de la niña se deslizó por dentro de ella como queriendo insuflarla de vida y ¡zas! un dulce sonido escapó volando desde su interior empujando esas palabras que nunca dijo. 
“¿Cómo? ¿Qué sentí? ¿Era música? ¿Yo?” Y mientras la perpleja hojita se deshacía en preguntas que nadie respondería, la niña volvió a soplar por dentro de ella y reanudó el silbido. Nuestra protagonista sintiendo cosquillas por dentro no podía ni creerlo. 
Sus compañeras de seto, aunque habían suspirado de puro alivio por no ser las secuestradas, ahora comenzaban a mostrar cierto tinte celoso en su haz, y no despegaban la mirada de lo que ocurría. Embelesadas, inquietas, se movían sin viento que las zarandease, y en su lenguaje verde e inaudible para los humanos exclamaban palabras de admiración: “Oh, música…”
Tras la lección, mientras a nuestra hojita dejaba de importarle no ser de parra, laurel u olivo, la pizpireta cría decidía que su amiga ya aprendió a silbar y abriendo su mano teñida de rotulador, la dejó caer sin mirar atrás.
“Pero ¡Maravilla! -Pensó la hoja de aligustre cada vez más emocionada- ¡Si ahora vuelo! ¡Y sin cambiar de color!” Y zarandeada con suavidad por un ligero Mistral, no pensó que, a buen seguro, terminaría en el suelo pisada o barrida, sino que se encogió de ilusión por la suerte que había tenido, cuánta, cuánta suerte, pues aún siendo solo una insignificante hoja de aligustre, no solo viajaba, sino que algún día la señalarían como otro ejemplo de hoja ilustre. ¿Qué más se podía pedir? 
Ella era tan especial o más que aquellas que se enseñaban en las clases de Historia de la Hoja.  Ella vibraba y sonaba. Ella era pura música.

Rocío Díaz Gómez



Mira el vídeo con la lectura de la autora:







Rocío Díaz Gómez

Me llamo Rocío Díaz Gómez y me reconozco letraherida.
Yo escribía. Pero mientras, me licencié en Psicología por la UAM. Seguía escribiendo. Me especialicé en la psicología de los niños. Después, me preparé para un trabajo, dos, los que me dieran de comer. Y seguía escribiendo cuentos. Unas veces me los premiaron. Otras no. Pero siempre me acunaron en los días grises. Solo escribiendo me reconozco.

Comentarios